La inercia nos ha traído hasta un nuevo primero de mayo. Tal día como hoy, en 1886, cerca de doscientos mil obreros estadounidenses se pusieron en huelga para exigir la jornada laboral de ocho horas, dando inicio a unas protestas por las que cinco anarquistas y socialistas de Chicago serían condenados a muerte y otros tres a cadena perpetua y trabajos forzados. La conquista, ratificada a finales de mes, salió cara. Pero qué más da… fue hace mucho tiempo, ¿no?

Seiscientas cincuenta y una personas personas perdieron la vida en su puesto de trabajo el pasado año. Es un 5,5% más respecto al ejercicio anterior, y la peor cifra desde 2011. Esta verdadera lacra a la que nos hemos acostumbrado viene consentida y legitimada por la desastrosa reforma laboral que el Partido Popular impulsó en 2012 y que el PSOE ha mantenido posteriormente; desde entonces no ha dejado de aumentar la precariedad (contratos temporales, salarios míseros, condiciones pésimas impuestas gracias al chantaje del «por lo menos tienes algo») y la siniestralidad se ha situado a la orden del día. Además, las cifras del paro superan ya los tres millones y desde Economía se excusan en la estacionalidad del mercado; quizás tenga algo que ver el que hayan convertido España en un país de camareros, desmantelando por entero su industria y sometiéndonos al dictado de la UE.
La ampliación del poder unilateral del empresario para decidir sobre turnos, distribución de jornada y otros aspectos que conciernen de pleno al trabajador; la drástica reducción de las indemnizaciones por despido improcedente (de cuarenta y cinco días por año trabajado con un máximo de cuarenta y dos mensualidades a treinta y tres días por año trabajado con veinticuatro mensualidades) o la priorización del convenio de empresa en las negociaciones colectivas son sólo algunos de los aspectos por los que esta reforma ha de ser derribada de manera inmediata. Para este sistema criminal, putrefacto desde su origen, los obreros carecen de historia, nombre o apellidos: no son más que números, juguetes rotos que pueden ser sustituidos por otros que produzcan lo mismo en el mismo tiempo o menos. Y es por ello que, a diario, las fábricas, las obras y los campos se ven regados de sangre; sangre que fue «necesaria» para alcanzar la jornada de ocho horas en Chicago (¿qué ha sido de ese logro que conmemoran los sindicatos amarillos cada primero de mayo?) y que hoy sirve para sostener los cimientos de este entramado burgués ante el silencio y la pasividad de todos.
En esta fecha, los peces gordos de nuestros trade unions volverán a encabezar las manifestaciones colocándose la vitola de vanguardia de la clase obrera. Mañana retornarán a su afán de rendir pleitesía a la Patronal y disuadir al proletariado de la lucha de clases en favor de propósitos contrarrevolucionarios. Atrás quedaron los tiempos en que Comisiones Obreras, CNT o UGT —junto a otros entes hoy extintos como CONS, UTS, CTI o SO— funcionaban como verdaderas herramientas de defensa de los asalariados ante la injusta estructura capitalista y se encaminaban hacia la construcción de un movimiento de subversión que la desmontase; los que ahora persisten prefieren secundar reivindicaciones en favor de los presos de la burguesía separatista catalana y celebrar «huelgas» patrocinadas por la CEOE, la reina, los bancos y el sistema al completo; lo que en el pueblo se ha conocido siempre, y perdonen el reduccionismo, como «vivir del cuento». Y hay toda una clase huérfana, desorientada, infectada y esclava; enfrentada con la idea de una Patria cuya bandera ha visto mancillada por sus verdugos; anestesiada y convertida en máquina química; desprovista de cualquier motor humano, religioso o trascendental; condenada a arrastrarse por la historia; desarmada.
Algún día lograremos que el primero de mayo vuelva a ser de los trabajadores. Algún día seremos nosotros, obreros y estudiantes, los que enarbolemos banderas y tomemos pancartas para anunciar algo nuevo. Algún día enterraremos la degradación, la mediocridad, los vicios y los cantos de sirena haciendo camino, marchando decididamente por la dignidad de todo un pueblo con el firme objetivo de hacernos valer, de que nuestras voces no se pierdan en la inmensidad del desierto y de que nadie pueda utilizarlas para ponerlas al servicio de intereses ajenos. Algún día, claveles y rosas rojos volverán a adornar nuestras solapas. Y ese día seremos libres. Puede que sólo soñemos.
¡VIVA EL 1 DE MAYO!
¡VIVA LA REPÚBLICA SINDICAL DE TRABAJADORES!

ENRIQUE CARRASCO