4 de noviembre, San Carlos Borromeo

Nació en el siglo XVI, siendo hijo del conde Gilberto y de Margarita de Médici. Su familia era noble y rica, pero distaba de ser el clásico ejemplo de la época de aquélla en que los hijos pequeños, al no quedar títulos que heredar ni donde sitio en el ejército de turno en que ser enchufados, eran mandados a «hacer carrera» en la Iglesia.

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Le llamaban el Santo de los Pobres, por su humildad y dedicación en sus tareas de gobierno. Durante la peste de Milán (llamada también la peste de San Carlos) vendió lo poco que le quedaba para destinarlo al trato de los enfermos, e incluso mandó quitar las colgaduras del Palacio Arzobispal de Milán para confeccionarles ropa limpia. Nombrado Patrón de la Banca y de la Bolsa por el docto ejercicio de sus oficios, este Santo siempre creyó en la idea de situar la economía al servicio del hombre (y no a la inversa); supo ver y denunciar con extraordinaria visión lo que hoy en día sucede y tuvo sus orígenes por aquel entonces. Las potencias de ultramar (Portugal, Inglaterra, etc.), capturaban o compraban esclavos en África, para llevarlos a trabajar en las manufacturas y en las plantaciones de América y a remar posteriormente en las galeras para llevar el producto al Viejo Continente. ¿A qué les suena toda esta película?

Pues sí, efectivamente, os suena a un mundo cruel e idiota, pero sobre todo idiota, llamado Occidente, que se contenta mirándose el ombligo impasible ante los mecanismos que hacen posible su aletargada existencia. Mirando a otro lado para que sus jóvenes puedan seguir rotando alrededor de banalidades y amnesias varias, para poder convertirse, de mayores, en mediocres oficinistas mal pagados pero orgullosos de no andar muriéndose de hambre en la calle, como el de al lado; sólo escandalizándose ante lo que la caja tonta nos cuenta que pasa más allá del Estrecho; mostrando una indignación mucho más mediatizada que sincera, que es lo que mola, no vayamos a liarla y me quede sin mi fútbol, mi vaso, mi coche o sin mis milquinien al mes.

Seamos hombres de hechos y no de palabras, de frutos y no de flores, como lo era San Carlos.

CARLOS

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