Años de plomo, Carlo y ‘unas pocas células’

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Si por algo son conocidos los anni di piombo italianos entre la generación joven que lee estas líneas es precisamente por ser un tema absolutamente ajeno y de máximo desinterés. Cuando –no niego que con buena intención- Jarcha clamaba en España por una libertad que a la postre nos equiparase al resto de democracias liberales europeas, se caía en el grave olvido de que, a lo largo y ancho del continente, los atentados, enfrentamientos civiles y violaciones se acentuaban tanto como la desigualdad social, el trabajo precario y la conciencia colectiva de haber sido engañados por un sueño americano al que “se le han ido las manos y ya no tiene nada que ofrecer”, como cantaba Joan Baptista Humet, invitándonos a hacer frente al monstruo consumista, esforzándonos juntos en la revolucionaria empresa de “demoler barreras, crear nuevas maneras y alzar otra verdad. Desempolvar viejas creencias que hablaban en esencia sobre la simplicidad. Darles a nuestros hijos, el Credo y el hechizo del alba y el rescoldo en el hogar”. Y es que -aunque algunos no se quieran enterar- el significado primitivo de la palabra revolución, tomado de la astronomía, siempre ha sido “vuelta al punto de partida”, “clausura de ciclo y regreso”, revolutio: re- (hacia atrás), volvere (vuelta), -ción (acción y efecto). No se trata de volver al pasado, sino de volver a las raíces del ser humano y encontrarnos con la lógica de lo que es bello. Volver a contemplar absortos e insignificantes el misterio de la Creación y comprender que está todo por hacer cuando aún no se ha asimilado hasta qué punto nuestro paso por la tierra es tan efímero como un melancólico suspiro.

El problema llega cuando la especulación, la usura y el egoísmo priman sobre esta predeterminación que nos haría amar al prójimo. Es entonces cuando el poder real -basándose en una errónea interpretación de la fuerza legítima- utiliza todos los medios a su alcance para enfrentar entre sí a cualquier foco joven de resistencia, independientemente de que se halle acertado o equívoco en sus más elementales planteamientos.

Desde su oportunista victoria en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos siempre gana con sus más de setecientas bases militares repartidas por el mundo con el beneplácito de todos los países ocupados, exceptuando Cuba, quien rechaza frontalmente la vergüenza de Guantánamo aunque su actitud de rebeldía frente a la potencia hegemónica acarree un cerco internacional tan duro que sólo se sostiene en la realidad de que aún queda sangre hispanoamericana despierta  en un islote del Caribe. “Preferimos no comer a que nos salpiquéis las migajas” (Luis Fajardo dixit).

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Entre sonrisas blanqueadas y banderas estrelladas enfrentan pueblos a su antojo, sin más miramientos que el sucio dinero al que sirven, por el que viven y matan. La CIA, con sibilinos tejemanejes, fue cambiando todos los regímenes que no encajaban en la órbita exacta de sus planteamientos; así, la mejor juventud de cada patria -soñando por su libertad- fue arrancándose la vida a sí misma, con orquestadas Brigate rosse disparando a la puerta de un local de i missini en Acca Larentia o con estaciones explotando a la boloñesa supuestamente a manos de la trama nera.

Mientras, los amos del mundo, calentando el ambiente con sus redes, seguían un plan perfectamente trazado. Así llegó a Italia la primera propuesta de ley sobre el aborto en 1978. En este contexto, durante la campaña fallida para conseguir un referéndum de derogación, el joven militante de Milán -Carlo Venturino-, estudiante de medicina y fundador del grupo musical Amici del Vento junto a su novia Cristina y hermano Marco, decide componer y escribir una canción basada en el monólogo de un médico dirigiéndose al feto abortado que se encuentra en una papelera. En estas líneas refleja un perfil que, aunque al principio –por buscar desesperadamente una explicación ante el horror- intenta excusar lo sucedido, poco a poco va cayendo en la cuenta de que ese bebé ha sido asesinado injustificadamente y, muriendo puro, nunca conocerá lo bueno y lo malo de este mundo. Procuraré ofreceros la mejor traducción posible.

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Hola, pequeño hombrecito,

o tal vez no, son sólo unas pocas células.

No eres bello en esa bolsa de basura,

pero, ¿qué quieres?, ahora está la crisis de la vivienda.

Muñeco, ya estás roto,

quien jugaba con tu semilla, se cansó.

No es buen momento, dijeron, para ponerte en el mundo,

la fiesta dijo que no, lo siento mucho.

Ojos azules, manos frías,

has tenido dos meses en este mundo,

El vientre dulce de mamá estaba caliente,

fuera hace frío, pero ¿qué quieres, si no hay para gasolina?

No lo sabes, pero ya eres importante,

Para matarte, las partes estuvieron de acuerdo,

unos sindicatos y esa mujer…

estás bien, no tienes que llamar a tu madre.

Hola, pequeño hombrecito.

No vivirás tus alegrías y penas,

no verás puestas de sol, amaneceres y días iguales,

no tendrás que defenderte de las paraestatales.

No verás banderas teñidas con tu sangre,

no tendrás que decir que sí a los que te mienten,

no tendrás que recoger firmas contra el aborto,

no tendrás que llevar flores a los que ya están muertos.

Pocas células, pero los ojos demasiado azules,

Lo siento si te dejo; ahora, volveré a bajar.

Hola, amigo, ya no lamento tu destino:

te las arreglaste para mantenerte puro hasta la muerte.

Pocas células, pero los ojos demasiado azules,

Lo siento si te dejo; ahora, volveré a bajar.

Hola, amigo, ya no lamento tu destino:

te las arreglaste para mantenerte puro hasta la muerte.

un-poco-meno-la-prudenza
Carlo, entre su hermano Marco y el amor de su vida, Cristina.

Pocos años más tarde, a finales de un frío 1983, el joven católico, médico, camarada y fundador de gli Amici, Carlo Venturini, se reventó la cabeza en un contundente accidente de moto. Como no podía ser de otra forma, iba sin casco, cara al viento; él no era de plástico, sino de acero y cristal, como son las almas dispuestas a padecer la auténtica realidad hasta las últimas consecuencias. La precaución no entra en el estilo de los hombres que saben abrirse tanto a la vida como a la muerte, en el amor de igual forma que en la guerra. ¿Acaso hay corazón que valga la pena sin batalla?, ¿acaso hay mundo sin cielo, estrellas y Dios? Por eso fumaba, por eso luchaba, por eso creía en Cristina y los hijos que darían a una Italia nueva. Pero sobre todo, es por eso que la garganta de su hermano pudo gritar con coherencia, en póstumo homenaje, que Carlo bombeó cada latido “sin seguir el mito de la supervivencia, amando más el peligro y un poco menos la prudencia”.

22/08/2020

Juanma

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