A muchos se les llena la boca de derechos y libertades, de ideas demócratas e igualdades. Resulta irónico ver cómo se contradicen en la práctica, con posturas absolutamente opuestas. La democracia nunca ha existido como tal: es una fábula que nos enseñan desde que somos críos; y, si alguna vez lo hace, desaparece, sin dejar rastro, en el momento en que se acercan las elecciones.
Poder elegir entre partido A o partido B porque son los que se han presentado no significa que haya democracia; para que usted pueda elegir entre A o B se han realizado numerosas leyes que le impiden poder decidir entre C, D y E. Son muchas las organizaciones que no logran presentarse porque no les es posible reunir un número de firmas determinado; más allá, en caso de que consigan hacerlo, están obligadas a elaborar una de las llamadas «listas cremallera” por aquello de no perjudicar a la mujer, reestructurando su equipo para hacerlo compatible con la vigente Ley de Cuotas. Si, tras superar las firmas e inscribirse con todo en orden, el partido minoritario en cuestión quisiera aspirar a obtener algún tipo de representación… ya puede ir olvidándose: aún habría que contar con la existencia de la Ley D’Hondt: un ciudadano no significa un voto.

Habrá quien diga que, aunque no es un sistema perfecto, tampoco hay por qué modificarlo; son los famosos “demócratas”; defensores de un modelo en el que ya se sabe qué va a ocurrir antes de cada referendo, un sistema políticamente correcto en el que unas élites colaboran con otras para imponerse sobre quienes, en condiciones normales, podrían llegar a poner fin a su poder y dotar al país de algo de justicia.
Lo dijo Ezra Pound: “Esclavo es aquel que espera por alguien que venga y lo libere”. Ahora mismo, los españoles que acuden a las urnas no son otra cosa que esclavos, esclavos de un sistema, esclavos de una rutina absurda que los aletarga e impulsa a seguir actuando siempre igual, tratando de sobrevivir cada día mientras son kafkianamente dirigidos por los que se llenan los bolsillos a expensas de la miseria del pueblo.
Espada de Alfaux