‘Cartas del sobrino a su diablo’

Me pregunto si existe la posibilidad de que dos libros, escritos por autores diferentes y distantes en el tiempo, puedan conectarse y formar una suerte de colección temática que sobreviva a los días. ¿Acaso existe un pensamiento universal o una voluntad que nos conecte más allá de los siglos? ¿Sería posible que un hombre tomase el testigo de otro sin conocerlo más allá que por el arte que en vida grabó?

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De tal manera, no puedo evitar preguntarme si acaso Juan Manuel de Prada percibe de manera más o menos consciente esta hipótesis y trata de llevarla a cabo. Vemos cómo el compatriota ve a Chesterton o Belloc y traza una nueva aventura literaria que semana tras semana le llevará a denunciar las hipocresías y contradicciones de su “España coronavírica”, como tantas veces leeremos en Cartas de un sobrino a su diablo, libro que publicó en 2020 y en el que recoge una treintena de cartas que no dejan de ser los artículos con los que se reía (por no llorar) de este país que ya empiezan a calificar ciertos diarios suizos como “Estado fallido”.

Porque sí, hay que decir las cosas como son, aunque duelan y desgarren por dentro los recovecos de nuestra alma. España, la Patria a la que pertenecemos y en cuya misión nos embarcamos, desgraciadamente se ha tornado en una víctima del virus que más daño ha causado a la humanidad desde hace siglos, y ese virus es la Modernidad. Ésta y sus secuelas, esas ideologías que han llevado a la confrontación carente de sentido de buenas intenciones alejadas de Dios, solamente han tenido la consecuencia inmediata de un derramamiento de dolor y sangre. Bien nos lo advertía la revolución francesa con su desgastada guillotina, se nos avisaba de un periodo oscuro que empezaba y del que no conseguimos salir muy a nuestro pesar. Mientras tanto, múltiples guerras y abusos han demostrado que esa defensa por la “dignidad” del ser humano que teóricamente realizaban tanto el liberalismo como más tarde el marxismo llevan al mismo camino: la barbarie.

¿Y cuál es la alternativa a la barbarie? ¿Qué podemos hacer los jóvenes ante esta desoladora foto de crueldades que nos empujan a la nada de un mundo materialista? ¿Qué nos queda ante un nihilismo que quiere asesinar el elemento trascendental de nuestras almas? ¿Qué solución hay ante un panorama que solo nos ofrece como soluciones lo que realmente son problemas?

Este precipicio no lo sortearemos votando a un partido, sea de color rojo, verde, azul, naranja o morado. No. Solo se podrá superar con una raza de caballeros comprometidos primero con Dios, a quién se le ha apartado de la vida pública. Después, comprometidos con su familia y su Patria. En nuestro caso, España. Esa misma España que a duras penas aguanta y trata de no desfallecer ante las acometidas globalistas, esos arrebatos que mediante reversos izquierdistas y derechoides consigue confrontar las dos partes de un pueblo al que quieren crispado y siempre enfrentado. Ya se decía: divide y vencerás.

Estos meses de pandemia y confinamientos, de pérdidas de libertades, se han caracterizado por la desvergüenza absoluta de un espectro político que vive una realidad muy distante de la realidad popular. Un contubernio partitocrático que asiste día sí y día también a un Congreso que se ha convertido en la mayor perversión imaginable. Una perversión ególatra y soberbia que a base de aplausos autocomplacientes ha acallado las conciencias de unos supuestos líderes que, despojados de toda voluntad, actúan como autómatas, teledirigidos por intereses que le hacen anteponer su bienestar antes que el pueblo al que se deben. Así, podemos ver cómo los muertos se usan como arma arrojadiza o cómo el coronavirus no es más importante que las manifestaciones del ocho de marzo, por ejemplo. O las elecciones en Cataluña, por seguir ejemplificando.

Si C.S. Lewis desarrollaba en Cartas de un diablo a su sobrino una obra encaminada a señalar las amenazas sutiles que sufriríamos los católicos por parte del burguesismo social; Juan Manuel de Prada se aventura a mostrar los resultados cosechados en España por parte de Orugario, que a su tío Escrutopo le responde satisfecho de ver nuestra tierra hecha unos zorros, zarandeada por las visceralidades de una sociedad que ha renunciado a su criterio propio para dejarse llevar por los cantos de sirena que el sistema de partidos ofrece. Ello, unido a los males que más castigan a la juventud (como el alcoholismo u otras drogas, como la pornografía) va a ser la temática central de una obra que hay que leer por encima de su circunstancia. Es decir, es un libro que debe ser leído con calma y reflexión, extrayendo el jugo de unas líneas que se prestan a iluminar. Un libro que puede ser un paso más en el desarrollo del discernimiento.

En forma de treinta y una carta, los males que se han manifestado durante 2020 han sido sometidos al juicio y razonamiento del que considero que es uno de los más brillantes españoles de las últimas décadas. Sin embargo, para cerrar el libro, en la última carta, da un giro de temática y nos muestra cómo al final Orugario, por mucho que siga los consejos de Escrutopo, no podrá hacer frente de manera alguna a la Verdad, constituyendo en sí una delicia que lanza un mensaje de esperanza y que os animo a leer.

Quién sabe si realmente es posible que las mentes se conecten más allá del efímero transcurrir de los tiempos. Quién sabe si los hombres podemos tomar el testigo que nos da la Historia Universal y quién sabe si acaso esto es una concatenación de momentos brillantes que nos ayuden a indicar dónde reside la Luz. No creo que merezca la pena seguir haciendo fantasías al respecto. Sin embargo, sí me hallo en la posición de afirmar que hay una y única Verdad y que lo que de Ella se salga no merece la pena que nos desgaste. Y Juan Manuel de Prada, con los ejemplos tan gráficos que España le ha brindado, coincide en saber dónde poner los ojos.

Ricardo Martín de Almagro

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