Dice un refrán importado: “El miedo trae desgracia”. Yo añadiría —previamente— “actuar con”, y, dentro de esa actuación, la duda, con todos sus sinónimos: incertidumbre, indecisión, titubeo, vacilación…
Es el momento de desterrar ese miedo, de dejar de pensar —por quien corresponde— en futuras elecciones, en que dirán en Europa, en si hay que ganar tiempo, en si contamos con los aliados adecuados, en si puede afectar económicamente, en si puede provocar nuevos frentes. Nada de eso sobresale de lo importante, que es terminar para siempre con esta cuestión de la independencia. Si estamos hablando de abrir la puerta al punto y seguido, sólo estamos trasladando el problema a nuestros jóvenes, y a ellos tocará pelear; y lo harán, pero es que el momento es ahora.

No se puede mirar hacia otro lado. Puigdemont, Junqueras, políticos de bajo nivel, Trapero y demás colaboradores han cometido traición a la Patria, han llevado al máximo su interés personal sobre el general, y sólo Dios ha querido que no haya una desgracia. Ellos, como responsables del mayor daño económico y de ruptura social de Cataluña desde el año 1934, deben cumplir sus condenas y ser señalados, vilipendiados y defenestrados por todos los españoles de bien. La actuación del Gobierno habría de posibilitar, con la aplicación del art. 155 (y, mientras, del art. 116), la regresión de facultades secuestradas por la Generalitat en cuanto a educación, idioma, Policía, etc., para que, desde el Estado, se corte de raíz el continuo crecimiento de esa transmisión parcial y tergiversada de lo que es España y de lo que significa a tantos niños; para que, por otra parte, se asegure la preservación de valores y tradición como corresponde, también a los mayores, sin limitaciones en todo lo que redunde amor a la Patria; desde un simple cartel escrito en castellano hasta el uso de la bandera.
Para saber lo que acarrearía la no contundencia respecto al caso que nos ocupa, me remito a la historia vivida. Nada es nuevo, y, al igual que la izquierda española quiere ganar ahora la guerra civil con la revanchista Ley de Memoria Histórica, la CUP y JxSí pretenden, manipulando al pueblo, conseguir el Estado catalán independiente que el Gobierno de la II República no consintió pero que, después de eso, dejó seguir haciendo con terrible consecuencias.
Francisco Lacruz, en su libro de 1943, nos transmite, con gran sentimiento, lo vivido:
“En Cataluña se seguía un rumbo de catástrofe; era un hecho visible a las personas menos avisadas. En pocos pueblos se había llegado a extremos de insensatez mayores ni a un estado de insensibilidad igual. La traición, la claudicación y la deslealtad estaban a la orden del día. Personalidades que habían sido puntales de la resistencia contra el separatismo se sometían, vencidas sin lucha y humilladas, por propia renuncia, a la gallardía, al poder siniestro de la Generalidad. Periódicos que debían haber sido baluartes de la contrarrevolución desertaban de su puesto o reblandecían su entereza de otros tiempos.
Recuérdese el período de propaganda del Estatuto de Autonomía. Puede decirse que nadie, o casi nadie, se atrevió en Cataluña a combatirlo. Salvo el selecto núcleo de los elementos monárquicos que luego habían constituido la «Derecha de Cataluña» y la Comunión Tradicionalista, todos los demás partidos y organizaciones políticas se sometieron medrosamente, contribuyendo con notas aprobatorias a la campaña por el Estatuto. Y lo mismo hicieron las entidades culturales, recreativas, científicas, económicas, etc. Fue una vergonzosa deserción en masa, que permitió la farsa del plebiscito estatutario con el que dio principio la tragedia en grande de España en Cataluña; tragedia que, antes, había sido pasión dolorosa y escozor continuo, pero que, a partir de este instante, se convirtió, para los que seguíamos conservando intacto nuestro amor a España, en amargo Vía-Crucis.

Se llegó, así, a la negra traición del 6 de octubre de 1934, en la que por primera vez aparecen públicamente aliados contra la gran Patria española los partidos descaradamente separatistas, como Estat Catalá, la Esquerra, Acció Catalana y Unió Democrática, y las organizaciones de izquierda que se calificaban a sí mismas de burguesas y nacionales, como Izquierda Republicana (entonces Acción Republicana) o el partido de Martínez Barrio. El error de
Dencás, grotesco jefe de la rebelión, de no asociar al movimiento a la C.N.T., ocasionó su fracaso, a pesar de la debilidad con que la combatió el general Batet, cómplice, por negligencia, de los traidores.
Pero la revolución de octubre, abatida en la calle, triunfó arrolladoramente en los medios turbios de la política.
Después de octubre, el cuadro pasó a ser aún más tétrico. Se vio entonces que la rebeldía de la Generalidad no había sido vencida a beneficio de España, sino de gentes indeseables, masones y radicaloides, que se apresuraron a encaramarse en los cargos públicos, ensombreciendo la vida política más de lo que estaba. El problema de las responsabilidades se resolvió de modo fácil y cómodo, registrándose el hecho monstruoso de que, a pesar de funcionar activamente los tribunales militares, por una revolución que había producido cerca de cien muertos y doscientos heridos, no se aplicó ninguna pena capital, puesto que los tres militares condenados a muerte fueron indultados. A los concejales de Barcelona que votaron la proclamación del Estat Catalá se les puso luego bajo la jurisdicción indulgente de la Audiencia provincial, para hurtarlos, así, al problemático rigor de un Consejo de guerra. La Lliga, algunos de cuyos hombres pasaron a ocupar cargos en la Generalidad, se convirtió en el principal campeón del impurismo. Los empleados incursos en responsabilidad eran reintegrados, con todos los honores, a sus cargos en las corporaciones públicas (a pesar de la certeza de que habían participado en la rebelión) y se les abonaban los sueldos atrasados. Los hombres de la Lliga actuaban obsesionados por una sola idea: la de restituir a la Generalidad los servicios públicos que el Estado había rescatado a raíz del 6 de octubre. Tuvieron éxito pleno. Cuando Companys volvió del presidio, se encontró con una Generalidad que, sobre poco más o menos, era la que él había dejado”.
Ésta es la cuestión: no se puede dejar en este brete a las generaciones futuras por no asumir ahora la responsabilidad. Si nada cambia, si se mantienen las estructuras, la forma de hacer y los espacios delegados, estaremos en iguales o peores circunstancias. Todo lo que no pase por aplicar el artículo 155, restituir al Estado las funciones secuestradas y mal utilizadas por la Generalidad y poner en vigor leyes que limiten absolutamente las autonomías, centralicen la administración del Estado —con las delegaciones regionales que tengan que tener, pero no duplicando funciones en los paniaguados— y garanticen la unidad de España y el respeto a sus símbolos en el futuro será en vano; todo el que, teniendo el poder de decisión, no lo haga en este sentido, se incorpora de manera inmediata al grupo de los antes nombrados como traidores a la Patria.

Fuente: El Alzamiento, la revolución y el terror en Barcelona (Francisco Lacruz, 1943).
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