Hace unos meses empecé a leer lo que parecía un diario de un peregrino lleno de frustraciones por propósitos incumplidos. Si bien al principio no supe muy bien cómo interpretarlo, poco a poco decidí dejar la idea de sacar una lectura entre líneas para simple y llanamente disfrutar de la narración de una aventura tan extraordinaria como ordinaria, algo tan sencillo pero complejo como es la peregrinación a un lugar santo, uno de esos rincones de Europa que se empeñan en ser eternos. En este caso, el bueno de Belloc iba hacia Roma y así lo narró, teniendo yo la suerte de recrear aquellos días que tuvieron lugar hace ya casi un siglo.

Hilaire Belloc pertenece a esa generación de autores que pese a su magnificencia y su talento quieren ser borrados de la Literatura Universal. Al igual que su gran amigo G. K. Chesterton sufrió el castigo negándosele el premio Nobel en 1935 junto a Unamuno, dándose la anécdota de quedar vacante; Belloc es víctima del paulatino olvido por la peligrosidad de su brillantez para el sistema turbocapitalista que rige el orden mundial en Occidente.
¿Qué escribía Hilaire para pasar de puntillas en el recorrido literario del último siglo? Curiosamente, siendo nacional del país paradigmático del liberalismo, de la Inglaterra en la que Marx creía posible el triunfo de su doctrina; el apodado “Viejo Trueno” no se contentó con una producción literaria elevando la mirada a Dios y Europa, sino que también contribuyó con aportaciones significativas al distributismo, sistema económico-político que bebe de las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia. Una amenaza real para todo sistema materialista y relativista, incompatible con el neoliberalismo y con el socialismo. Tal vez por esa razón la pinza derecha-izquierda se empeña en borrar a los autores que pensaron en una alternativa real.

Volviendo al punto inicial, hace unos meses tuve el gusto de perderme por los Alpes para luego bajar a la Toscana y seguir la ruta hacia la ciudad milenaria. Recorriendo las líneas de “El camino de Roma” me sorprendí ante un genio que con sutileza, gracia y elegancia va narrando sus peripecias en dicho viaje. Sorprende la capacidad de describir bellamente los paisajes que va encontrando a su paso, compartiendo con las descripciones sus reflexiones personales en las que se descubre como un hombre en mitad de la Creación. También merece ser mencionado el permanente diálogo ficticio que a lo largo de la obra mantiene con un supuesto lector que, impertinentemente, le lanza preguntas e incluso llega a discutir con él.
Centrando la atención en el aspecto más humano del autor, lo veremos sorprendido, agradeciendo la caridad que encuentra a la par que lloriquea ante las complicaciones de una travesía de cientos de kilómetros. Divierte ver cómo el escritor y exparlamentario británico no deja de ser solo un hombre más, y es esa misma humanidad la que le lleva a tener propósitos al inicio del viaje que irá día tras día incumpliendo. Al igual que en Nochevieja nos engañamos proponiéndonos ir al gimnasio, leer más o bajar peso; Hilarie Belloc tiene una serie de promesas por incumplir que le empujaran a reírse de sí mismo de manera elocuente y despreocupada, suponiendo para él cierta corrección de humildad.
Durante las más de doscientas páginas que componen el diario, Belloc dejará frases para el recuerdo, tanto por su contundencia como por su veracidad. La más famosa del autor resume ante qué personaje nos encontramos, así como su visión: “La fe es Europa y Europa es la fe”. Tal vez esto explique el viperino esfuerzo por abandonarlo en el limbo del olvido. Al autor se le considera como el maestro de G.K. Chesterton, además de atribuírsele el acercamiento del famoso inglés al catolicismo, abandonando así la herejía anglicana.

Para que el lector se haga una idea de quién era Belloc, escribió junto a Cecil Chesterton (hermano de Gilbert K.) “El sistema de partidos”, mediante el cual atizaron al Parlamento Británico como pocas veces se había hecho. ¿No es acaso un gran descubrimiento el dar con este autor actualmente marginado? Tras leguas caminando junto al británico me llevo junto a mí el saber que hay una idea, una alternativa social y católica a la que los hombres de diferentes épocas y naciones llegan pese a estar inconexos entre sí. Los viajes son largos y están colmados de sorpresas.
Mientras el mundo moderno sigue promocionando literatura de pésima calidad, contenido escaso y significado zafio; animo a nuestros socios y lectores que no tengan ningún reparo en acompañar a Hilarie en su camino hacia la Ciudad Eterna. Seguro que así podrán ir entendiendo porqué hay escritores que pese a su magnitud son relegados a un segundo plano.
RICARDO MARTIN DE ALMAGRO GARZÁS