‘El futuro al habla’ (relato)

El futuro al habla

María Reyes del Junco Pérez

La razón última por la que el viejo Internet quedó olvidado fue que estaba creando generaciones y generaciones de gente insultantemente estúpida. Siento la crudeza y la desconsideración hacia una herramienta que en cierto modo ha resultado tan útil a la humanidad, pero lo que no perdono es que nos hiciera tan inútiles. Hubo excepciones, por supuesto, pero cuando los años avanzan y se echa la vista atrás las excepciones se funden en la masa. Los que hemos sido criados por padres que arrastraban vestigios de la Era Internet conocemos muy bien esa masa: personas formadas, con sus estudios aprobados, y sus currículos bien llenos, pero incapaces de memorizar ni una simple dirección o los dígitos de un número de teléfono. Seres sociales a distancia; la paradoja más dañina para la integridad emocional del ser humano. Mis padres se querían, pero de una manera muy superficial; se enamoraron a través de pantallas y con Internet como celestina. Me atormenta pensar que nunca se amaron con una profundidad real.

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Los muchos años de experiencia que acarreo me avalan para afirmar que muy poca gente contaminada por la Era Internet murió feliz. Todo esto de la insipidez en las relaciones interpersonales nació de las llamadas redes sociales. Era un adictivo escaparate virtual que degeneró en la famosa Cultura del yo, de manera que se fraguó una generación de pequeños ególatras que, además, apenas conocieron el trabajo duro, porque desde sus primeros años de formación vivieron la comodidad de hacer cualquier tarea apoyados por la información fácil que ofrecía Internet; el copy paste estaba a la orden del día y aquello de investigar y buscar volúmenes y pasar páginas o escribir a mano en una biblioteca ya no iba con ellos.

Se formó el caldo de cultivo perfecto para que surgieran poco a poco una sociedad enferma, una economía enferma, unos valores enfermos. La corrupción en los poderes políticos, que antes se consideraba intolerable y aberrante, se convirtió en paradigma, porque no había mejor trabajo que aquel para el que se había educado desde pantallas: para el beneficio de uno mismo y sin demasiado esfuerzo.

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Entre el egocentrismo promulgado desde las redes sociales y la educación del acomodamiento, se terminó de dilapidar una generación que aun con todos sus avances, sus mentes brillantes y sus buenos frutos, consideramos hoy en día la generación inútil del siglo XXI.

La sociedad tardó mucho en rectificar y más tarde abandonar el uso de Internet recluyéndolo en los sectores de investigación o de defensa del gobierno. El fenómeno por el que Internet quedó obsoleto fue un proceso sorprendente de concienciación paulatina pero espontánea de las masas; esas personas que habían sufrido las consecuencias de los hábitos adictivos, egoístas y acomodados de sus progenitores sufrieron un efecto de psicología inversa que abrió los ojos de una generación hastiada que quería empezar de cero. Se llegó a la conclusión de que no era tanta la utilidad de Internet en comparación a la inutilidad que nos generaba. Y me siento orgulloso de ese pequeño paso hacia atrás, porque a fin de cuentas dimos un gran paso adelante.

Y aquí estoy: escribo a mano, soy lo que he trabajado y lo que me he ganado, amo mirando a los ojos y tengo la certeza de que moriré feliz.

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