El psicoanálisis es una confesión sin absolución

Hace no demasiado tiempo, suponemos que para ir sustituyendo el vacío que deja para el Régimen del 78 haber impuesto paulatinamente el olvido de nuestro santoral, con el correspondiente desarraigo homologado a la Unión Europea, se puso de moda que hubiese un día mundial literalmente de todo. Aunque suene a broma, ya está institucionalizado incluso el día mundial de la croqueta.

También existe la jornada internacional del unicornio y de la Psicología, rama de la medicina que sin duda nos tomamos en serio. Seriedad que no pierde el cariz interrogativo permanente ante las circunstancias: ¿Cómo es posible que haya más enfermos mentales y suicidios que nunca, si jamás se ha ido tanto al psicólogo como ahora?

Algo falla. Coincidimos con Chesterton en que «el psicoanálisis es una confesión sin absolución». Ahí vemos la clave. Tenemos un alma que necesita ser sanada y un Dios que nos espera con los brazos abiertos. No todo son conexiones neuronales de nuestra materia gris. Muchos de los que se dejan durante años incluso lo que no tienen en clínicas especializadas en sus hipotéticos problemas psicológicos, hallarían el consuelo de su persistente ansiedad en un confesionario. Totalmente gratis. Algo increíble pero real.

Todos, aunque seamos tan soberbios como para creer que no, necesitamos la absolución de nuestros pecados. El perdón de Nuestro Señor, que está en el Cielo.

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