‘¿Es posible la evasión?’ (frente musical)

surveillance

No es que la ciudad me parezca siniestra a veces; me lo parece siempre, a cada segundo, a cada minuto, a cada agónico día que pasa y se esfuma. Hay guardianes por todos los rincones, visibles o no, existentes o imaginarios; me apuntan con su maquiavélica sonrisa, me señalan con su repulsivo dedo censurante; me rodean con su laxo y agobiante brazo, en insultantemente falso acto de fraternidad. Y hay una multitud que la niebla sepulta, acaso en conchabanza con los boquis1, quienes, así, consiguen que no pueda ver la salida con claridad. La oscuridad es violentada por la luz de un reflector, pero éste está lejos de representar un fulgor de esperanza: no es más que la triste confirmación de que sigo «vivo».

Ordenación, control, banco de datos, precaución. 
Numeración, control, huellas de plástico, conclusión.

Sí, no cabe duda. Este mundo es un campo de concentración (éste en el que yo vivo, señora, no ése de florecitas y gaitas que se monta usted en la puta cabeza mientras agonizamos). Pero, ¿de verdad es posible la evasión? Barón cantaba esto en febrero de 1984 —ante personas, no ante jodidas pantallas electrónicas con patas—. Todavía…

Nota: iba a seguir escribiendo, a enumerar lo que ya había pasado entonces (que Felipe se había pasado por el forro aquéllo de «de entrada, no», que el paro conocía su hoy irrisoria mayor crecida en tres años y que estábamos a punto de volver a hacer el ridículo ante Francia) y a contraponer las formas en que uno podía evadirse de biempensantes (torta limpia), maderos (cuando se les podía llamar así; ídem o mera amenaza verbal), políticos o enemigos ideológicos (militando, manifestándose sin mordazas de roña, combatiendo en la universidad o en la calle por esos animales extintos llamados «ideales») e hijos de puta en general (fumando en los bares mientras sonaba Yes o Gabinete y volviendo a casa en un 1500 o en vespa sin casco) cuando el enaltecimiento del mal gusto, la amnesia colectiva y la idiocia aún no eran ley, pero he preferido ahorrármelo. No pretendo contentar a nadie; sólo hago esto para desahogarme, y eso puedo hacerlo sin dejarme los dedos en unas teclas que no suenan ni permiten que me equivoque. Vaya, al final lo he hecho. Sí, los cascarrabias también tenemos sentido del humor. O nos provocamos la risa igual que el vómito. No: naturalmente, por otros muchos motivos, ya no es posible la evasión —el Gran Hermano lo sabe bien—, pero como para ponerse a enumerar. Gloria siempre a Barón, y mierda para el Leiva ése.

Funcionarios de prisiones.

ROJO

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