En la guerra civil entre los partidarios de Maximiliano y los juaristas, a la caída de Querétaro, quedó prisionero de los juaristas el general don Severo del Castillo, jefe del Estado Mayor de Maximiliano.
Fue condenado a muerte y su custodia se encomendó al Coronel Carlos Fuero.

La víspera de la ejecución dormía el Coronel cuando su asistente lo despertó. El general Del Castillo, le dijo, deseaba hablar con él. Se vistió deprisa el coronel Carlos Fuero y acudió de inmediato a la celda del condenado a muerte. No olvidaba que don Severo había sido amigo íntimo de su padre.
«Carlos —le dijo el general— perdona que te haya hecho despertar. Como tú sabes me quedan unas cuantas horas de vida y necesito que me hagas un favor. Quiero confesarme y hacer mi testamento. Por favor, manda llamar al Padre Montes y al licenciado José María Vázquez».
«Mi general —respondió Fuero—, no creo que sea necesario que vengan esos señores».
«¿Cómo? —se irritó el general Del Castillo—. Te estoy diciendo que deseo arreglar las cosas de mi alma y de mi familia, ¿y me dices que no es necesario que vengan el sacerdote y el notario?».
«En efecto, mi general —repitió el coronel republicano—. No hay necesidad de mandarlos llamar. Usted irá personalmente a arreglar sus asuntos y yo me quedaré en su lugar hasta que usted regrese».
Don Severo se quedó estupefacto. La muestra de confianza que le daba el joven Coronel era extraordinaria.
«Pero, Carlos —le respondió emocionado—, ¿qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?».
«Su PALABRA DE HONOR, mi general» —contestó Fuero.
«¡Ya la tienes!» —dijo don Severo, abrazando al joven coronel.
Salieron los dos, y dijo Fuero al encargado de la guardia:
«El señor general Del Castillo va a su casa a arreglar unos asuntos. Yo quedaré en su lugar como prisionero. Cuando él regrese me manda usted despertar».
A la mañana siguiente, cuando llegó al cuartel el superior de Fuero, general Sostenes Rocha, el encargado de la guardia le informó lo sucedido. Corriendo fue Rocha a la celda en donde estaba Fuero y lo encontró durmiendo tranquilamente. Lo despertó moviéndolo.
«¿Qué hiciste, Carlos? ¿Por qué dejaste ir al general?».
«Ya volverá —le contestó Fuero—. Si no, entonces me fusilas a mí y asunto arreglado».
«Pero, Carlos, ¿aún crees que existe el honor en México, como en tiempos de nuestros abuelos españoles?».
En ese preciso momento se escucharon pasos en la acera.
«¿Quién vive?» — gritó el centinela.
«¡México! —respondió la vibrante voz del general Del Castillo—. Y un prisionero de guerra».
Cumpliendo su PALABRA DE HONOR volvía Don Severo para ser fusilado.
El final de esta historia es muy feliz. El general Del Castillo no fue pasado por las armas. Sostenes Rocha le contó a don Mariano Escobedo lo que había pasado y éste a don Benito Juárez. Juárez, conmovido por la magnanimidad de los dos militares, indultó al general y ordenó la suspensión de cualquier procedimiento contra Fuero.

[El fragmento anterior ha sido extraído del libro La otra historia de México. Díaz y Madero. La espada y el espíritu«, de Armando Fuentes Aguirre (Catón).
Hasta mediados de los años 70, en España era más que suficiente dar la palabra de honor para dirimir cualquier duda ante una cuestión o demostrar el haber cumplido o hipotecar el futuro a cumplir. En cambio, ¿cuántos chavales hoy en día ni saben que significa la palabra de honor? “Promesa cuyo cumplimiento está garantizado por la honradez o la reputación de la persona que la hace”. Entonces ni nos atrevíamos a jurar por no hacerlo en vano; ahora hasta el jurar esta devaluado y no es compromiso fiable. Gabinete Caligari realiza una magnífica crítica a este mal uso del concepto en una canción con el mismo nombre.
Hay que recuperar los valores, y si, para eso, la música ayuda … ¡mejor!
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