Es sábado 14 de octubre en la otrora verde Galicia. El oscuro manto de Morreo se ve iluminado por el desastre natural más común en España. A capa y espada, se lucha contra este ardiente enemigo en los más de 140 focos de distinta intensidad que sacuden la provincia. Ciudades como Vigo se ven amenazadas. Las casas arden; árboles y animales se consumen entre las llamas y, por desgracia, aparecen las primeras víctimas humanas.

Tras días de lucha y sacrificio, todos empiezan a preguntarse quién abrió la caja de Pandora y liberó las llamas sobre la tierriña.
Llegados a este punto, la prosa, en manos de la opinión pública, adquiere tintes de novela conspiranoica. Comienzan las acusaciones a ficticias organizaciones de terrorismo ambiental (incluso apuntadas por algunos miembros del Gobierno local) o se señala a políticos sin escrúpulos que se sirven del fuego para la especulación (sólo hay que ver la rapidez con que se difundió de nuevo cierta portada de un diario satírico nacional, una auténtica sinrazón).
Desde las redes sociales, nueva «Biblioteca» Nal. y atril desde el que proclamar la nueva era de la sobreinformación (o desinformación), se ha dado difusión a todas estas ideas, formando un nuevo capítulo de la Pandereta Nacional. Curiosamente, han pasado desapercibidas —hasta bien entrada la semana— dos publicaciones del Colegio Oficial de Ingenieros de Montes que advertían de las falacias relatadas y desmentían los continuos bulos aparecidos en redes, como el de los famosos 400 bomberos de Portugal, donde sí que no dan a basto con los incendios.
Como indicaba un tío mío, exprofesor de la Escuela de Montes de Madrid, los culpables son los gallegos. Antes de lapidarme, por favor sigan leyendo.

No se trata de terrorismo ambiental, ni de organizaciones, ni de la barbaridad de la recalificación de terrenos (insisto, consulten la Ley de Montes de España). Se trata de la cultura del fuego. Verán: el fuego es uno de los factores ambientales más importantes en los países mediterráneos. Muchas especies peninsulares poseen una morfología adaptada al fuego, debido a que habitan una tierra con un clima árido y seco, que se presta al fuego. Por cierto, al fuego hay que considerarlo como lo que es, una reacción química, no un maligno invento de los desalmados humanos. Ahora bien, sí que se ha desarrollado una cultura del fuego; como cordobés e hijo de ingeniero forestal, he crecido escuchando cómo, hace años, si subías a la sierra en determinadas noches de verano podías observar la campiña ardiendo, como si de un escenario de guerra se tratara. Realmente, era una práctica común en el campo español (no sólo agrícola) para eliminar rastrojos y desechos. Debido a la peligrosidad de esta práctica y a los nervios atacados de los miembros de los equipos de extinción, se reguló.
Volvamos a situarnos en Galicia, una comunidad autónoma de gran importancia forestal y en la que se solicitan más de 600.000 permisos para quemas al año. Sumen a la ecuación el factor ambiental de este fin de semana (sequía y vientos fuertes) y otras quemas sin permisos, venganzas personales, accidentes, búsquedas de nuevos pastos y demás razones para provocar un fuego en el campo. El resultado de la ecuación es un panorama desolador, que podemos contemplar cada vez que ponemos el telediario. ¿La solución? Ni es simple ni, tampoco, inmediata; son muchos los factores a tener en cuenta y los agentes implicados. Ni yo mismo me atrevo a aventurar una solución factible; sin embargo, poseemos un cuerpo de profesionales y científicos que sí que pueden llevar a cabo la tarea de encontrar una solución a este drama de una manera lógica y fiable, pues no hay que olvidar que se dedican a esto, que son ingenieros verdes con una opinión contrastada.
Hemos de abandonar las conjeturas infundadas y acudir a las fuentes verdaderamente fiables, pues, como decía Descartes, “si no está en nuestro poder discernir las mejores opiniones, debemos seguir las más probables”.
Un futuro ingeniero verde
