‘If…’, por María Ruiz de la Hermosa

«La originalidad es la vuelta a los orígenes» —Antonio Gaudí y Cornet.

Dios nos hizo libres y, por tanto, capaces de decidir el destino que nos incumbe. Libres por completo. Libres hasta el punto de que nuestra cabeza pueda girar infinitamente hacia todas partes sin que realmente suponga un problema; no importa las vueltas que demos con la misma mientras finalmente acabemos mirando hacia adelante. Pero, os preguntaréis, ¿hacia dónde? ¿Acaso existe un camino? La respuesta es sí, al igual que existe la Verdad. Nadie nos obliga a seguirlo: se decide por voluntad propia y recia.

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La lección de agricultura (François-André Vincent, 1798). Museo de Bellas Artes de Burdeos, Francia.

Comprobaréis que algunos, dándoselas de expertos y colgándose galones por los años, intentarán haceros ver que vienen de vuelta, pero, como decía Antonio Machado, «los que están siempre de vuelta de todo son los que nunca han ido a ninguna parte». Sin embargo, interesantes y valiosos son, como antítesis a quienes he descrito hace dos líneas, los consejos de aquéllos que, a pesar de los años, siguen teniendo el brillo y la ilusión en sus ojos y hacen de ello bandera y camino. A ellos hace referencia nuestro querido refranero cuando dice «Junto al buey viejo aprende a arar el nuevo».

Acordándome de Luces de Bohemia, de Ramón del Valle-Inclán, quiero recalcar que no merece la pena dedicar un solo minuto a los miserables que transforman todos los grandes conceptos en un cuento de beatas costureras y la religión en una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere. Son exactamente como el loro de la misma obra que, acto seguido de oír al perro ladrar, repitió «¡Viva España!». Por ahí no hay camino.

Me despido, por ahora, recomendando un poema de Rudyard Kipling que, para los que siempre van de vuelta, tal vez esté muy visto, pero que, para los que admiramos el fuego y el mar como vez primera cada ocasión en que podemos contemplarlos, estoy segura de que justo hoy será una nueva experiencia, como un empujón que despierta. Si algún día tengo despacho, lo enmarcaré y colgaré sobre la puerta.

Si…
Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la han perdido y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: «¡Resistid!».

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,
y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!

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MARÍA RUIZ DE LA HERMOSA

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