Tal vez sea demasiado directo empezar con una calificación así, pero a veces es necesaria una bofetada (aunque sea escrita) para lograr que tu interlocutor espabile, preste atención, razone y, finalmente, aprenda la lección.
No es una máxima abortista la que pretendo hacer que cale en ti, lector. Sólo quiero que entres por un momento en mi reflexión para que puedas dilucidar cómo reconocer una existencia de dicho derecho a vivir es concederle margen a su antónima muerte.
El Derecho, un conjunto de normas, sólo tiene sentido en tanto que el ser humano esté viviendo socialmente, en comunidad, y se dé una necesaria convivencia que debe ser reglada para evitar (o reducir al máximo) la conflictividad entre unos y otros. Ahí empiezan a actuar las leyes, las cuales deben ser unas normas del juego a las que ajustarse. Esas leyes son cambiantes y cambiables en cuanto que es el Estado el productor de las mismas, y aquél que esté en las instituciones de éste, aquél que lo domine, será quien pueda establecer dichas reglas. Es por ello que queda reflejado el carácter instrumental de los ordenamientos jurídicos, de las leyes, del Derecho. Repitamos siempre la consigna de “el Derecho es un medio, nunca un fin” y, ya de paso, incorporémosla a nuestras vidas, a nuestras conciencias.
Visto esto, queda claro que el individuo aislado no lo necesita: sólo le hará falta a aquél que se encuentre en plena convivencia. ¿Qué sentido tiene una ley para un ermitaño que vive aislado de todo posible contacto con otra persona, de un desarrollo social? Ninguno. Piénsalo, lector. Si estuvieses solo en este mundo, ¿qué justificación se te ocurriría encontrarle a una Constitución que te diga que tienes un determinado derecho, como por ejemplo el de a la igualdad? Podrás observar más claramente el carácter utilitario de una norma ahora.
Sin embargo, hay elementos inherentes a la persona que no dependen de una relación en sociedad. Es aquello que va sujeto a la propia naturaleza del ser humano, y la vida es uno de ellos: es ese aspecto que no solo marca el inicio de una existencia sino también su final.

Partiendo de la base de la igualdad que, por ser personas, tenemos, nadie está legitimado para marcar cuando ponerle fin a la existencia de un ser humano, al igual que yo tampoco estoy legitimado para decirte, lector, cuando vas a ser más o menos libre, más o menos igual, etc. En aquello que es fundamental e inherente al ser humano no debe existir institución o poder alguno que trate de regularlo, limitarlo. De lo contrario, estaríamos dando pie a reconocer implícitamente que mediante leyes se pueda acotar la naturaleza humana, estaríamos dejando la puerta abierta a cualquier totalitarismo que pretendiese hacernos a la medida que más le guste o convenga.
Es por ello que debemos tener presente que el Estado podrá regular aquellas situaciones de las que se puedan derivar conflictos entre iguales, pero nada más allá de esto en cuanto a la persona se refiere.
Querido lector, por algo te llamo “inepto” si reconoces la existencia de un “derecho a la vida”, y es que ello supone un reconocimiento al Estado, a aquél que se encuentre dominándolo, a ponerle inicio y fin a la vida por ley, a marcar cuándo se le puede poner inicio y fin a nuestra existencia; sería darle una hoja en blanco para permitirle escribir cuándo empieza y termina.
La vida está por encima de los poderes fácticos, es superior a ellos. Nos hemos creído el cuento de que todo se puede reglar, y no es así. El ser humano debe ajustarse a las normas para lograr una convivencia pacífica, pero no debe someterse a ellas, no somos esclavos de un texto temporal, lo sobrepasamos. Ellas son cambiantes y nosotros, las personas, por nuestra naturaleza trascendental, por ser seres históricos, somos eternos. No estamos sometidos al Derecho, no somos sus sirvientes, sino al revés. El Estado y su legislación se deben poner a nuestros pies para servirnos y alcanzar una convivencia pacífica y, ante todo, justa.
Por eso te digo, amigo lector, que tengas siempre presente que tu vida, la mía y la de aquéllos que no puedan (o quieran) entrar en nuestro razonamiento están por encima de los textos normativos. No caigamos más en esa trampa del modernismo clásico de subyugarnos a párrafos hasta niveles irracionales.
No existe el derecho a la vida. La vida está por encima de toda legislación existente y por existir. Así que recuerda, amigo, cuando veas a alguien que clame por el derecho a vivir, cuando veas los abortos que se producen a diario, cuando veas países que permiten la pena de muerte… recuerda este texto, y nunca dejes de repetir conmigo: “el Derecho es un medio, nunca un fin”.
RICARDO