Como acostumbra a hacer con todo desde el s. XVII, España no ha hecho más que cagarla en el Peñón. En teoría, en el Tratado, sólo se reconoce a Gibraltar las aguas interiores del Puerto y la tierra que sigue hasta el fin del promontorio… pero la situación es la siguiente:
El *****ollas de Zapatero les ha regalado un aeropuerto en territorio nacional, y el Susanato les da arena de Valdevaqueros (Tarifa, Cádiz) para que puedan fabricar el hormigón con el que le ganan terreno a las aguas españolas, ante la impotencia de linenses y algecireños.
Desde Madrid no se dan las llaves de la verja para que los propietarios de las 60.000 empresas residentes en Gibraltar puedan entrar y salir libremente, fingiendo una falsa residencia que les permite vivir en Sotogrande y Marbella e ir a nuestros hospitales públicos para que les traten de gota sin pagar un euro (o una libra, mejor dicho).

La situación de los gibraltareños es pues, sencillamente inmejorable; son súbditos británicos y ciudadanos de la Unión Europea, y viven en un régimen fiscal paradisíaco y en un entorno privilegiado, siendo guardias y custodios del dinero y las inversiones de medio mundo. Ocurrió que este entorno se vio alterado cuando el ***écil de Cameron decidió, en un alarde de ego sin parangón, echarle un pulso a la sociedad cerril y carca de la campiña británica, con lógicos resultados. Y ahora, ¿qué?
Nos encontramos ante una situación única para recuperar lo que pertenece a los de San Roque. Nuestra mejor baza es la codicia y el acomodamiento en el que viven desde la caída del régimen franquista. El hecho de pasar a ser un país ajeno a la UE los convierte en ciudadanos extracomunitarios, y no debemos dar nuestro brazo a torcer. Se acabó la libre circulación de bienes y capitales; se acabaron las residencias, los derechos sanitarios y educacionales; punto y final a la edad dorada de Gibraltar. No hay que tenderles la mano. Sencillamente, se han de aplicar las leyes que ellos mismos han decidido. Hagámosles pasar por debajo de la mesa. A fin de cuentas, son andaluces, y, llegado el momento, cambiarán la Unión Jack por un cigarro.
CARLOS