Es difícil distinguir las voces de los ecos, y es también difícil saber cuándo una persona (más si es poderosa e inteligente) actúa por propio convencimiento o tutelada por otra para alcanzar sus fines.
Probablemente Benedicto XVI haya sido una de las grandes mentes del siglo pasado. No ha sido un Papa para el resto de los mortales. Ha sido un Papa cuyo cometido era dirigirse a las élites, pero no a las económicas, muchas veces burdas y banales, si no a las del arte, la ciencia, la filosofía y la política. Y se dirigió a ellos para convencerles de que la Iglesia podía seguir estando en vanguardia y adaptarse a los cambios que vivimos en esta época difícil y vertiginosa.
No ha sido pues, un Papa querido. Ni admirado, ni venerado como Francisco. Pero él, haciendo gala de su inteligencia pragmática, como buen alemán, lo sabía, y por eso dio paso a una persona de carisma cercano, afable. Se le observaba, en definitiva, como un Papa carca, conservador, frío y distante, salido de las entrañas de la Curia Vaticana. Nada mas lejos de la realidad.
El artífice de los grandes cambios que esta viviendo la Iglesia, la demolición controlada de las viejas y anacrónicas estructuras, la proyección de las nuevas y la ejecución de las mismas no es otro que el Cardenal Ratzinger, una persona que ha sabido discernir qué era lo que necesitaba la Iglesia y cómo debía hacerse, así como quién debía hacerlo; alguien humilde como él mismo, que, sin buscar reconocimiento alguno, se retiró pronto en silencio a la sombra, vestido de blanco.

CARLOS