

Córdoba, 28 de marzo de 2018
Es justo el tiempo y el momento exacto para plantearse absolutamente todo. Lo grande y lo pequeño. Lo verdadero y lo inerte. Lo abstracto y lo eterno. ¿Por qué? Porque somos jóvenes y, por suerte, conscientes de ello. No sabemos —ni estamos seguros de querer saberlo— si todo lo que nos han contado será cierto; los tiempos más temidos y denigrados son relatados por personas que, en su mayoría por una simple cuestión de edad, no pudieron vivirlos. Pero algo cambia cuando se trata de la URSS y sus satélites.
Siendo de 1994, puedo decir que la Unión Soviética cayó sólo tres años antes de mi nacimiento, por lo que aún viven millones de seres válidos como testigos fehacientes; seres que pudieron conocer en su piel lo que fue verdaderamente nacer, crecer y desarrollarse en una dictadura comunista. ¿Supuso un desarrollo económico significativo para sus habitantes?, ¿fueron asesinadas millones de personas?, ¿ojalá no vuelva a repetirse?, ¿la Revolución de Octubre puede encontrarse justificada dada la situación en que se hallaba Rusia? Todo esto debe quedar de una vez y para siempre en el debate histórico, y no como algo relegado, sino fomentado. No debe haber miedo a estudiar y analizar una sola coma de la historia. Fuera de todo ápice de relativismo, fuera de miedos y fobias. Sin miedo a lo bueno y lo malo. En todo caso, como digo, debe cedérsele a profesionales, para así ser utilizado y profundizado en el campo de la razón, no en el de la especulación seudopolítica. Mezclar historia y baja política puede ser peligroso; no debemos politizar a los muertos, por respeto a ellos y a nosotros mismos; los muertos son mucho más que eso: eternidad, martirio y trascendencia, algo que siempre ha dado y comprendido Europa.

“Europa” no es ni podrá ser nunca una palabra fácil de pronunciar. Representa cultura, civilización y grandeza, pero también degeneración y bajeza del ser humano. Hemos sido capaces de lo mejor y lo peor. Simplemente por una cuestión temporal, vivimos un momento de Europa organizada y representada en torno a la Unión Europea, pero nuestro continente ha existido previamente a la misma y existirá después. Duela a unos o guste a otros, la historia es cíclica, y, desgraciadamente, parece que la tierra está condenada a no ser capaz de alcanzar la paz perpetua.
Nos encontramos en la RDA, Berlín Oriental. Un muro de hormigón separa dos mundos casi antagónicos, pero también separa familias, vidas e ilusiones. Diferente estética, horario, comida, programas de televisión, música y cosmovisión del mundo. Durante cuarenta años, generaciones completas nacieron en un régimen comunista y, como vimos en la película, fueron capaces de concebir como lógico ser perfectamente controlados por un servicio secreto casi impecable, la Stasi (disuelta, por cierto, en 1989, el mismo año de la caída del Muro); al ver esta cinta, a veces olvidamos que se encuentra estrictamente ligada a la realidad, y pasamos a plantearnos que tal vez se trate de una distopía como 1984, de George Orwell. Las similitudes son abundantes y macabras, pero es que la realidad siempre ha sabido llegar a superar con creces a la ficción. Se hace desagradable el planteamiento de que, como seres humanos, podamos llegar a ver normal la persecución y coacción más aberrante; llegamos a asumirlo y, en tiempos turbulentos, somos capaces de aceptar lo más descabellado. Mirémonos al espejo: ¿acaso no somos perseguidos y controlados hasta la extenuación en esta nuestra farfullera democracia liberal? ¿Es que no hay suicidios, miseria y genocidios de niños inocentes en el intachable capitalismo?

¿Qué estará pasando para que casi treinta años después de la caída del Muro de Berlín, la Alemania del este siga teniendo en cargos gubernamentales a los políticos comunistas de la RDA que se reciclaron a la democracia tras la reunificación y ahora forman parte del partido Die Linke («La Izquierda»)? Se trata de un fenómeno cuanto menos interesante y digno de estudio. Tal vez no se encuentren cómodos en la inestabilidad de lo nuevo y prefieran lo estable aunque prohibido del pasado.
Cuentan que, tras la caída del muro, hicieron entrevistas por la calle entre las cuales surgieron todo tipo de comentarios a favor y en contra; entre cientos, hubo uno que siempre me llamó la atención por su posiblemente lapidaria verdad. Hablaba un joven sin trabajo que había nacido y crecido en la RDA: «Lo que nos contaron del comunismo era mentira, pero lo que nos contaron sobre el capitalismo era verdad». El debate está servido.