Normalmente las cosas son por lo que han sido; somos consecuencia lógica de la historia y la genealogía.
Por ejemplo, Estados Unidos o Alemania son países federales porque el surgir de sus Estados fue fruto de una compilación de naciones, históricamente independientes y diferentes, con nexos culturales comunes como el idioma.
En nuestro país, como siempre, rompemos toda lógica histórica, siendo, como somos, el primer Estado moderno, siempre centralizado y sin ningún viso federal (salvo, manda cojones, el año del cantonalismo, cuando la ciudad de Cartagena le declaró la guerra a Prusia). A los políticos del 78 no se les ocurrió otro modelo mejor de administración.
Para ello, se inventan historias ficticias y prefabricadas a golpe de talonario encargándole relatos de ficción muy divertidos a catedráticos de medio pelo que no dudaron en vender su poco prestigio profesional al diablo, y ¿para qué? Para intentar justificar históricamente las Autonomías, pues la tradición es una de las vías de legitimación política establecidas por Max Webber.
Para ello, las regulan decidiendo que las autonomías deben guiarse por los imperantes principios de la solidaridad y la igualdad, que son garantes del racionalismo político y de nuevo, otra vía para intentar legitimarlas. ¿Pero qué ocurre en realidad? Pues que como en todo lo que hay algo que repartir, hay problemas. Las autonomías se han convertido en un juego de suma cero, donde lo que uno gana lo pierde el otro, y tenemos que ver en el telediario como fruto de esta relación cainista, se ahoga el ganado en el valle del Ebro y en Murcia no pueden regar un cactus. Cada cual barre para su rincón olvidando que navegamos todos en el mismo barco, de solidaridad, nada.
Y como todo sistema que permite diferencias, surgen las desigualdades. Yo, por ser andaluz, tengo que pagar más impuestos que nadie dentro de mi país, y tengo derecho a la peor educación de España y por tanto de Europa, mientras madrileños, vascos o navarros pagan la mitad y reciben el doble de prestaciones públicas. De igualdad, nada.

Otra vía de legitimación política, es el resultado. Para ello, nos venden a las autonomías como los grandes artífices del desarrollo económico (en mi opinión relativo) que ha vivido el país desde su implantación. Lo que no nos cuentan, es que sin autonomías los españoles nos ahorraríamos 1/3 de los presupuestos generales (el 50% de ellos como no, íntegros para sueldos) y que evitaríamos que cada cual hiciese lo que le da gana en las materias más importantes, como sanidad o educación, competencias que según el mismo Clavero, es una locura haberlas traspasado, y que provocan clamorosas duplicidades. Las autonomías suponen en sí, una macro administración, un enjambre burocrático que ningún bolsillo puede soportar, y menos el español. Y no olvidemos que hacen las veces de Cueva de Alí Baba.
Para rematar la invención, se les intenta imprimir personalidad, un carisma propio a cada cual, última de las vías de legitimación; se genera un problema añadido al ya mermado sentir patrio de un país con demasiados himnos y banderas, con demasiadas diferencias entre quienes le dan vida a diario.
CARLOS