Cada 8 de marzo, y desde hace más o menos un siglo, se viene celebrando a nivel internacional el Día de la Mujer que también hoy conmemoramos. Por desgracia, en todo el mundo se ha ido manchando de ideología feminista y ha acabado convertido en un instrumento más del capitalismo que impera, rebajando la dignidad de la mujer a la altura de un objeto de consumo y desvirtuando la historia de las féminas hasta nuestros días.
La cultura grecorromana, de la que nuestra Patria y Occidente son herederos, jamás trató a la mujer como se le ha tratado desde los tiempos de la Reforma hasta, casi, nuestros días. Pese a que, en aquellos tiempos, tenía limitado el acceso a cargos públicos o militares, su estima estaba muy por encima de la de cualquier hombre, pues representaban el motor del hogar y la raíz de la educación de los hijos; concebían, parían y amamantaban a los varones que, en un futuro, se convertirían en políticos, filósofos, científicos o militares. En relación a la violencia ejercida por hombre en el ámbito de las relaciones sentimentales, Catón el Viejo llegó a decir que «el hombre que golpea a su esposa pone manos violentas sobre lo más sagrado de las cosas sagradas».

Pese a la posición igualitaria (o superior, en algunos casos) con que ha contado la mujer respecto al hombre a lo largo de la Historia, se han dado períodos de paréntesis que, por desgracia, se mantienen en otros países y culturas; véase, por ejemplo, el islam: desde el siglo VII hasta hogaño, la mujer es, para la secta del profeta, un objeto como otro cualquiera, que bien puede valer lo mismo que un
animal de compañía; esta supuesta religión de paz y tolerancia no es sino un lastre que atenta contra la dignidad humana del género femenino, con el apoyo del progresismo en el cual, paradójicamente, está englobado el actual feminismo.
Centrándonos en el papel actual de la mujer, ésta debe recuperar su lugar tradicional frente a la barbarie que, lejos de liberarla, la esclaviza, y, para ello, hay que tener claras las diferencias primordiales que mantiene con el varón, así como el papel que cada uno de los individuos representa en lo referente a lo humano. Seamos claros: las aberraciones sobre género están hechas para acabar con nuestra raza y cultura; una mujer jamás será un hombre, y viceversa; ambos cuentan con los mismos derechos y con la obligación común de encarnar a la humanidad en su sexualidad, así como de seguir desarrollándola con sus vástagos.

Nuestra lucha, la lucha de la mujer en particular, debe ser revolucionaria, contra las modas y los fanatismos de este siglo en el cual nos ha tocado vivir; por ello, nuestro deber no es otro que construir un futuro nuevo, sin olvidar nuestros pilares del pasado, tomando el ejemplo de las grandes mujeres que nos precedieron en los anales de nuestra Patria; mujeres que, siendo hijas de su tiempo, escribieron la Historia de España en letras doradas, mujeres como Isabel la Católica, que culminó la Reconquista logrando la unidad política y religiosa de la Península (y sembrando la simiente del Imperio más grande que vieron los siglos), mujeres como María Pita o Agustina de Aragón, que, cuando el deber las llamó, no dudaron en tomar las armas para hacer frente a los invasores; mujeres como Pardo Bazán, Rosalía de Castro o Teresa de Jesús, que, con su pluma, ornaron de laureles la extraordinaria literatura española; mujeres como Lucía de
Medrano, la primera universitaria moderna y catedrática (finales del s. XVI), o, más recientes, como Mercedes Formica, abogada que defendió los derechos de la mujer contra las leyes liberales imperantes en la España de Franco.
Por ellas, por las que nos precedieron, nuestra lucha por la equidad. Contra los atropellos de la Historia, que nos han destronado del lugar que nos correspondía, nuestra lucha constante.
LUPE CONTRERAS