
El obispo de Tarbes y Lourdes, Pierre Marie Theás, con motivo de su visita al Santuario de Nuestra Señora de Lourdes de Prats de Llusanés, en agosto de 1958, volvió a recordar la oportunidad que tuvo de conocer a Manuel Azaña, presidente de la República Española, en sus últimos días en la ciudad de la región de Occitania francesa Montauban; oportunidad que lo fue en mucha mayor medida para el político español, como ahora conoceréis.
La historia se ha publicado en diversas ocasiones. Incluso el obispo Théas se encargó siempre que no se olvidara, contestando en algunos casos a quien pusiera en duda el reencuentro a la fe que vivió milagrosamente Azaña en su lecho de muerte. Las palabras más famosas que pronuncio el Presidente son las de su discurso del 18 de Julio de 1938; éstas, «Paz, piedad, perdón», se convierten en el resumen del final de su vida, en que encuentra la paz gracias a la piedad del obispo que le confiesa y transmite el perdón. No todos tuvieron su oportunidad.
Hoy, a sólo unos días de haberse cumplido el noventa aniversario de la proclamación de la Segunda República Española, recogemos el texto que se publicó en el Boletín oficial eclesiástico del Obispado de Vich el miércoles 31 de diciembre de 1958 —en su página 349— y también en prensa —original de 1958 que Estudio y Acción ha recuperado—, con estas referencias.
La historia es apasionante.
«Entronizado en la Catedral de Montauban el 17 de octubre de octubre de 1940, yo fui, al día siguiente llamado por el Presidente Azaña, enfermo, que residía en el Hotel de Midi.

El primer encuentro fue muy cordial.
-Venga a verme todos los días, me dijo el Presidente estrechándome la mano.
-Con mucho gusto.
De hecho, cada tarde me entretenía con el antiguo Presidente de la Republica Española. Hablamos de la revolución, de los asesinatos, del incendio de las Iglesias y conventos. Me hablaba de la impotencia de un jefe para contener a las muchedumbres desenfrenadas y detener un movimiento que se había desencadenado.
Queriendo conocer los sentimientos íntimos del enfermo, le presenté un día el Crucifijo. Sus ojos se abrieron y, húmedos por las lágrimas, se fijaron largamente sobre el Cristo crucificado. Luego lo cogió de mis manos, lo llevo a sus labios, besándolo con amor por tres veces y diciendo cada vez: “¡Jesús, piedad, misericordia!«.
Este hombre tenía fe. Su primera educación cristiana no había sido inútil. Tras los errores, olvidos, persecuciones, la fe de su infancia y de su juventud volvía en la conducta de los últimos días de su vida.
Le propuse el sacramento de la penitencia al enfermo, que lo aceptó con buena gana.
Cuando propuse a los que le rodeaban de llevarle la comunión en viático, lo rechazaron de plano, pretextando con estas palabras: «¡Eso le impresionaría!». Mi insistencia fue inútil. Y se me prohibió incluso el acceso al enfermo.

Pero, en la noche del 3 de noviembre (de 1940), a las 23 h, la señora Azaña (Dolores de Rivas Cherif) me mandó llamar. Fui a toda prisa al Hotel de Midi, y ante sus médicos españoles y sus antiguos colaboradores, y ante la señora Azaña, di la extrema unción y la indulgencia plenaria al moribundo en total lucidez del mismo. Luego, con sus manos en las mías, mientras que le sugería algunas piadosas invocaciones, el Presidente expiró dulcemente, en el Amor de Dios y la esperanza de su visión.
El 5 de noviembre (de 1940), en contra del parecer del Presidente y de su viuda, se ejercieron influencias para dirigir el cortejo fúnebre hacia el cementerio e impedir la ceremonia religiosa que había sido prevista en la Catedral. El entierro fue civil, pero la muerte había sido cristiana; ¿no era eso lo esencial?
Pierre Marie Theás.
Obispo de Tarbes y Lourdes».
María del Carmen González Valerio tenía sólo seis años cuando su padre fue hecho muerto, nada más iniciarse la guerra, y desde aquel día comenzó a rezar por los asesinos de su padre. Falleció tres años después, a su término, y ofreció sus dolores por la conversión de Manuel Azaña. «¿Azaña ira al cielo?» —llegó a preguntar a su madre, a lo que ésta respondió que, si rezaba por él, se salvaría—. La niña «Mari Carmen» tiene abierta una causa de beatificación.