‘Y el Rey Santo me ganó’. En el aniversario de la Reconquista de Sevilla

Un día como hoy, en 1248, San Fernando III de Castilla recibió las llaves de Sevilla por parte del comandante musulmán Axataf.

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Tras las tomas de Córdoba, Jaén y Cartagena, Fernando (reunido en concejo con el Rey de Aragón y con los maestres de las órdenes del Temple, Calatrava y Santiago) había decidido lanzarse a la conquista de Sevilla. La ciudad contaba, por aquel entonces, con 7,5 km. de murallas y dos castillos que la guardaban, el del Aljarafe y el de San Jorge (hoy ‘Mercado de Triana’). Para tal enmienda se reunió una gran tropa comandada por el mismo San Fernando junto a una Armada que capitaneaba el almirante Bonifaz, oriundo de Santander.

San Fernando sitió la ciudad en agosto, cortando el agua procedente de los Caños de Carmona, y el intrépido almirante lanzó su escuadra contra dos cadenas que cortaban el río. La primera unía la Torre del Oro con la orilla de enfrente, mientras que la segunda protegía un puente (construido con barcazas) que unía la ciudad con el Castillo de San Jorge y con Triana (en el mismo lugar en que hoy se encuentra el famoso puente de dicho barrio), y por el cual entraban suministros y armas a la ciudad. Esta  acción aún se recuerda en el escudo de armas de la ciudad natal del marino.

Ante tales sucesos, sitiados y aislados, el caos se adueñó de los habitantes de la ciudad. Comenzaron las ofertas de capitulaciones, las deserciones en masa, y se desató la locura, pues amenazaron con destruir la mezquita y el minarete antes de verlos en manos cristianas.

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Las primeras fueron desechadas por el Rey Santo, que sólo aceptó la rendición porque conocía tanto el mal estado de las defensas tras los incesantes envites cristianos como el citado caos que imperaba, dado que se dedicaba en su tiempo libre a pasearse por la ciudad disfrazado de moro. De las segundas fueron persuadidos sutilmente por su hijo, el infante Don Alfonso (futuro Alfonso X, que ya era amante del arte), quien dijo que pasaría a cuchillo a toda la ciudad si a alguien se le ocurría rozar las edificaciones. Las estructuras de la mezquita fueron utilizadas para levantar la Catedral, y el minarete fue rematado siglos después por un campanario renacentista sobre el que se colocó el monumento a la Fe que nunca perdió la ciudad, formando lo que hoy conocemos como la Giralda y el Giraldillo.

Cuatro meses después, la ciudad entregó las armas y se rindió incondicionalmente. El Rey mandó respetar las pertenencias de los habitantes que quisieran marcharse, así como escoltarlos hasta Jerez. Las campanas volvieron a repicar en la ciudad, y San Fernando entró en ella acompañado por su más fiel capitán, llamado Don Garci Pérez de Vargas, a quien nombró primer gobernador cristiano de la ciudad tras la época musulmana.

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Don Garci Pérez de Vargas

Otro asunto

De Don Garci es descendiente un tal Blas, que asistía al Colegio de Notarios vestido con chilaba y babuchas y que decía ser árabe y padre de no sé qué patria inventada.

Los primeros hechos narrados son obviados  tanto en las escuelas como en la televisión, y, por norma general y en consecuencia, desconocidos por este pueblo inculto y cateto. Los segundos son contados tanto en escuelas como en televisiones, y, por tanto celebrados por todo lo alto por dicho pueblo, que se los cree, al ser, como digo, inculto y cateto. Esto, querido Blas, es “tu patria andaluza”.

CARLOS

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